Jesús Segado, el arte de esculpir telas
Domingo, 13 de octubre 2024, 00:19
Los Madelman con los que jugaba Jesús Segado fueron sus primeros maniquíes. Por aquel entonces, cuando era un niño, el malagueño aprovechaba los retales de su madre, modista de profesión, para transformar la estética militar de sus muñecos. Un entretenimiento que derivó en pasión por el oficio materno, en el que destaca por la serenidad y romanticismo de sus piezas artesanales, con las que se ha ganado el apodo de escultor de los tejidos.
A los 22 años ya fue fichado por una firma internacional y su trabajo comenzó a llamar la atención. «La primera novia que hice -recuerda- fue para una amiga de la secretaria del gerente de la empresa donde yo trabajaba. Nunca había hecho un vestido de novia, pero a ella no le importó; le encantaba lo que hacía, mi estilo. Quedamos en su casa, porque no tenía taller propio. Cenamos y le hice un par de diseños tras hablar con ella». Confeccionó en casa de su madre un modelo bastante diferente para la época. «Quedó muy bonito y ella estaba encantada», explica Segado, que rememora entre risas que no sabía cuánto cobrar por aquel trabajo. «No me acuerdo ni cuánto le pedí, pero me dio más dinero, porque le pareció poco», cuenta el modista.
Algo que podría haber quedado en anécdota de no ser porque un par de semanas después de que su clienta se casara le llamó una amiga de la chica pidiendo que le hiciese también su vestido de novia. «Le dije que trabajaba para otra gente y que eso fue puntual, porque era la amiga de una amiga mía». Aún así, tras muchos ruegos, la novia le convenció y le hizo el traje. «Al poco tiempo me llamó la hermana de la primera novia a la que hizo el traje. Se casaba y quería que confeccionase el traje de la madrina», cuenta divertido. El boca a boca no cesaba y su madre le dijo «espabila, porque esto ya no es normal». Fue el empujón definitivo para dejar su puesto en la firma en la que estaba y comenzar con su propia marca, con la que también ha desfilado en París.
El primer taller se quedó pronto pequeño por el volumen de encargos y se trasladó a su taller actual en la malagueña calle Santa Lucía, donde cincela sus piezas con mimo, destreza y buen criterio. «Les digo a todas que lo que procuramos es no disfrazarlas de novia, sino vestirlas para que no pierdan su personalidad y sacar el mayor partido a cada chica», asevera antes de añadir que «puede que el traje que le haga no sea el más bonito del mundo, pero es el que mejor va a quedarle».
Contentas quedan, porque a más de una le ha cosido otro traje para unas segundas nupcias. «A la primera con la que le ocurrió, le pregunté «¿no te da mal rollo que te haga otro vestido después de separarte?» ‘No, yo me casé muy enamorada y me encantó mi vestido’, contestó».
Anécdotas que cuenta minutos antes de su último desfile, en la pasarela Atelier Couture, en la que presentó su última colección de fiesta, formada por 15 ‘looks’ muy japoneses. Y es que todos han nacido a partir de kimonos y obis, el cinturón que se pone encima, traídos desde el país nipón. «Los hemos desestructurado y dotado de una segunda vida. En algunas piezas está respetado el aire oriental y otras han sido actualizadas», precisa. Un arduo trabajo teniendo en cuenta la antigüedad de algunas de las piezas con las que ha tenido que trabajar, combinándolas con tejidos y usando técnicas como el origami para prendas cuajadas de flores tridimensionales –más de doscientas realizadas a mano una a una-, y plumas, con espaldas muy especiales y detalles diferenciadores que son marca de la casa.
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