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El «señor Salvat» y cuando lo sabíamos todo


Menos de lo que cuesta un café. Eso es lo que vale hoy cada tomo de mi querida y entrañable Enciclopedia Salvat. “Llega el lunes”, promete un vendedor que ofrece la colección completa de 12 libros a 12.000 pesos. Un artículo “vintage” regalado.

¿Pero acaso a alguien se le ocurrió embotellar el perfume a papel y magia de esa enciclopedia? Seguro se haría millonario.

La nuestra llegó a casa cuando empezábamos a leer y enseguida sus lomos alineados de tapa roja ocuparon un lugar central en la pequeña biblioteca familiar. Para bajarlos del estante más alto teníamos que pedir ayuda. Y permiso.

Papá nos enseñó a tratarlos con cuidado, como si cada página fuera un ser vivo que teníamos que proteger. También nos enseñó a sentir una especie de privilegio porque ahora sí, desde Avellaneda podíamos asomarnos al mundo y saberlo todo. Encontrar faraones y constelaciones. Mapas, músicos famosos y pintores. Todo lo que pidiera la maestra estaba ahí. Y más también.

Papá compró la enciclopedia en cuotas, a un señor que vendía libros a domicilio. Fue la inversión más grande que hizo después de adquirir su primer Renault 4L. Todos los meses, una generosa porción de su sueldo de empleado iba a parar al “bolsillo del señor Salvat”, como le gustaba bromear. Hasta que vino el Rodrigazo, la deuda en pesos de los libros se terminó licuando y los 12 tomos rojos pasaron a ser un regalo. Como ahora.

Hace unos años, al vaciar la vieja casa familiar, heredé con gusto y cierta nostalgia esa histórica colección de tapa dura. Con todos sus faraones, constelaciones, mapas y el perfume inconfundible a papel y magia. En el tomo 8 (de la L a la M) sobresalía entonces un pequeño cartón amarillo: una vieja cajita de chicles Adams, de dos. El improvisado señalador estaba (sigue estando) en la página de Miguel Angel donde el David exhibe toda su anatomía. Y vuelvo a su figura cada vez que me recuerdo sentada al lado de papá haciendo los deberes de la escuela. Yo, con una taza de mate cocido y galletitas Colegial. El, siempre con su lupa y un vaso de Hesperidina. ¿Cuánto vale ese flashback? ¿Un café? ¿De verdad?

Entonces no existía la opción “cortar y pegar”, por lo cual una vez que encontrábamos lo que buscábamos teníamos que escribirlo a mano. Esa era la “enseñanza enciclopedista” que recibíamos en casa gracias al “señor Salvat”.

Los primeros diccionarios de esta editorial se publicaron en España entre 1909 y 1914. Pronto, la empresa abrió en Buenos Aires la primera sucursal americana. La Guerra Civil y la posguerra provocaron la censura en las ediciones y muchas dificultades económicas. El “señor Salvat” recién se recuperó a mediados de la década de 1950, cuando intensificó la presencia en América Latina, con más filiales en Argentina y otros países. Nuestra colección llegó a casa a la edad de la inocencia. Principios de 1975. Cuando creíamos saber que lo sabíamos todo.


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