InternacionalesMundoNoticias

Basado en hechos irreales


Viene una persona y dice: «Si yo te contara mi vida, vos podrías hacer una novela» (o una película, o una serie, el género no importa). Y ahí nomás suelta un compendio de desdichas que parece un electrocardiograma plano de amargura y tedio.

Uno, que escucha con paciencia, apenas puede contener el Síndrome de Quico («¡cállate, cállate, que me desesperas!») y sólo piensa en la cortés evasiva que dirá en el momento en que el otro ponga punto final. Porque el verdadero problema aparecerá en ese instante, cuando haya que sugerirle que su vida no tiene nada de interesante, que si las novelas (o las series, o las películas) se construyen, total o parcialmente, con ficción (es decir, con hechos jamás ocurridos) es porque con la realidad no alcanza, incluso en aquellos relatos que vienen con el tentador sticker de «basado en hechos reales».

Basta ver la última temporada de «The Crown» (Netflix), la serie que narra el reinado de Isabel II de Inglaterra, cuando en el episodio clave de la muerte de Lady Di deben recurrir a su fantasma y al de Dodi Al-Fayed para salpimentar los huecos de la historia oficial.

Porque no sólo se necesita que haya ocurrido algo potente sino que haya sido original y se cuente de tal manera que tenga ritmos, climas, tensiones y giros para atrapar y sostener la atención del lector / espectador. El escritor argentino Pablo Ramos (“El origen de la tristeza”) lleva años trabajando en un libro sobre las claves de la literatura que se llama, justamente, “La arquitectura de la mentira”.

Veamos lo que hace el autor norteamericano Jesse Ball en la novela “Cuando comenzó el silencio” (Editorial Sigilo), recientemente publicada en la Argentina. Empieza contando que su vida feliz (la de él, la de Jesse Ball) cambió dramáticamente el día en que su esposa se encerró en un mutismo blindado.

Para entender la situación, se puso a rastrear casos similares y así encontró el del japonés Oda Sotatsu, un vendedor de hilos que había sido ejecutado en la horca luego de firmar una confesión que lo incriminaba en la desaparición de ocho personas. Sotatsu resistió todos los intentos de la Policía, la Justicia y la familia de ofrecer alguna información que pudiera aligerar su situación penal y se abandonó a un silencio prácticamente absoluto que lo llevó al cadalso.

¿Qué hace Ball? Engañarnos maravillosamente. Porque crea una verdad que no existe (trampa que refuerza poniéndose de personaje) y teje una trama refinada, terrible y bella (la historia de amor de Jito Joo y Oda Sotatsu es conmovedora). Ansiosos como somos en la era de la sobreinformación, no podemos contener el impulso de ir a Google y tipear el nombre del vendedor de hilos, de los crímenes que le adjudicaron y de cualquier otro dato que nos permita verificar si los hechos han sucedido tal como los relata Ball. Y no. Son ficción pura. Su “mentira” es de una arquitectura tan perfecta que uno desearía que hubiera sido real.


Source link

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba