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‘Las grandes ligas’, el libro de cuentos que fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes

Ignacio Valiente escritorFoto Prensa
Ignacio Valiente escritor.//Foto Prensa

En «Las grandes ligas», obra ganadora del primer premio de Letras del Fondo Nacional de las Artes, el escritor argentino Ignacio Valiente presenta personajes que atraviesan ritos de pasaje de todo tipo: de la niñez a la adolescencia, de la adultez a la vejez, de la vida a la muerte y del amor al desamor pero no los atraviesan de una forma convencional: en cada uno de ellos el desastre es inminente y brotan los rasgos más siniestros de las personas en cuentos que «dejan de manifiesto que a veces el ser humano no es ni bueno ni malo, sino directamente mezquino, miserable y negativamente ridículo», según dice el autor a Télam.

Valiente (1984) es profesor de literatura y castellano y fue tres veces finalista del Mundial de Escritura organizado por Santiago Llach. Nació en Buenos Aires pero desde hace un año vive en Italia, donde -cuenta- «ya conoció todas las estaciones». En 2021, un cuento suyo se publicó en una antología de la Fundación La Balandra. Reconoce que los concursos son una lectura «garantizada» en vez de ir «pateando por las editoriales».

«Me pasaba que, en el mejor de los casos, las editoriales me respondían que ya tenían cerrado los planes de publicación de acá a dos años. Alguna que otra tenía respuestas más neutrales del tipo ‘No, en este momento no estamos recibiendo manuscritos’ y otras directamente ni respondían», cuenta el escritor en diálogo con Télam, desde su casa en Italia.

Pese a que no advierte en qué momento comenzó a interesarse por la escritura, reconoce que partió de una necesidad, «de una relación problemática con las palabras». «Vivimos en un malentendido, en la imposibilidad de hacer coincidir exactamente lo que uno siente, desea con lo que efectivamente expresa. La escritura y la literatura son para llevar ese mismo malentendido a una dimensión soportable», reflexiona el escritor.

«Hay cosas para las que no hay una respuesta lógica. En mi caso, recurro a la ficción para tratar de parchar esa fisura», agrega.

-Hay frases de los cuentos breves, potentes, que parecieran funcionar como aforismos, por un lado, y por el otro, como si asomara la voz del autor. Por ejemplo «Buenos Aires es, al fin y al cabo, una ciudad patológica».

-Ignacio Valiente: Como toda gran ciudad, sí. No hay que escribir bajo el dominio de las emociones, pero muchas veces uno se deja llevar por esas apreciaciones. La ficción aparece como campo en donde es posible decir cosas que en otro ámbito, no. No es que haya una censura que uno le está escapando y que por eso uno escribe ficción. Lo que pasa es que la ficción anula el par «verdad-mentira». Cualquier afirmación de esas tiene el valor de una afirmación poética o un verso. Y un verso no es ni una mentira ni una verdad. Pero para los que escribimos prosa es una manera de contrabandear no ya una opinión, sino poesía. Lo que no nos animamos a poner en un poema porque no nos creemos unos poetas.

-En muchos de cuentos hay una clara referencia a la infancia. ¿Por qué te interesa esta etapa?

-La infancia, en primer lugar, se podría decir que es la tierra de la ambigüedad de lo que está formándose. Es esa etapa de la vida en que uno precisamente adquiere el lenguaje. Esta relación problemática que uno tiene con el lenguaje nace ahí. Pero en los cuentos están no solo la infancia, sino el límite o ese preámbulo a la adolescencia, hacia el fin mismo de la infancia.

-En varios está la idea del rito de pasaje, ya sea institucionalizado o como momento puntual en que algo de la infancia se termina. Pero también hay pasajes a la vejez, a la ancianidad y a la decrepitud. También al otro mundo, a la otra vida, a lo que hay después de la muerte o después de la soltería, incluso.

-En «Tema libre», un niño escribe un cuento y a partir de ese escrito su entorno se preocupa y pone en discusión qué es real y qué no. ¿Cómo lo relacionas con la escritura de ficción?

– El núcleo del cuento aparece después de varios borradores. En este caso, quería mostrar cómo funcionaba, a veces, el proceso creativo y cómo a partir de los elementos cotidianos, de la memoria, de elementos, de la experiencia de la niñez, incluso, cómo después estos elementos terminan formando parte de un relato que es todo eso a la vez y nada de eso. Es decir, lo que pasa en ese cuento es que lo que escribe el protagonista no tiene nada que ver con algo que le pasó, no está contando algo que realmente le pasó, pero los primeros en asustarse o en alarmarse respecto de que algo de eso pueda ser verdad, son los adultos y eso a mí me pasa. Me preguntan «¿Esto te pasó en serio?». No, no me pasó. «¿Es algo puramente imaginativo?».

Es un desfase o una brecha entre las palabras que uno puede usar y el mundo real que uno atraviesa. La ficción trata de eso precisamente. Es un laboratorio de las cosas posibles. Me da la posibilidad de escribir desde alguien que no soy a partir de elementos que algunos son biográficos, otros son inventados, otros son cosas que me contaron. Dado el carácter de ciertos cuentos, es mejor que pasen en la página y no en la vida real.

-La mayoría de los cuentos resultan perturbadores, muestran aspectos oscuros de las personas. ¿Por qué te interesa convertir escenas que comúnmente resultan tiernas, como un niño que espera al Ratón Pérez, a perturbadoras?

-Saliéndome de lo literario, pienso que todo tiene su reverso, miserable o siniestro. Nietzsche decía no quedarse mirando demasiado el abismo porque el abismo te mira a vos. Pero es interesante siempre meter los pies en el barro, meter las manos en el barro y ver qué hay en esa oscuridad y después tener la suerte de regresar. Lo siniestro acecha en todas partes. Lo que además pienso es casi te diría una premisa para toda la escritura es que lo miserable tiene que ver con enfrentarse al absurdo del mundo.
Hay cuentos que se meten en terrenos más sórdidos y más perturbadores y otros que sin ir tan lejos dejan de manifiesto que a veces el ser humano no es ni bueno ni malo, sino directamente mezquino, miserable y negativamente ridículo.

-Identifiqué en la mayoría de los cuentos un contexto similar al de los noventa en Argentina. ¿Se ubica ahí el tiempo histórico de los personajes de tus cuentos?

-El argumento se apoya en el pasaje de un milenio a otro y en el ida y vuelta de épocas. Hay cuentos en los que es central el tema de la temporalidad pero en otros la temporalidad es solo un recurso de sentido. Parto de la base de que en nuestra actualidad o siglo 20 la marca de época es la ausencia de marca de época. Es decir, a diferencia de los 80, los 90, los 70, no hay una estética. No hay un retorno al pasado, como hace algún tiempo era la moda vintage, sino que están conviviendo un montón de épocas en un presente fragmentado.

-¿Creés que quizás esta ambigüedad en su definición que tiene este siglo te sirvió para caracterizar a los personajes?

-Sí, totalmente. Estos anacronismos están presentes en el argumento del cuento «Las amigas», por ejemplo. ¿No? Las narraciones y los personajes que nacen son producto de este clima de época. Tienen su hábitat en la distopía o en la ciencia ficción, que a esta altura creo que no tienen la obligación de ser anticipatorias, sino que son más bien reflejo de algo que ya está ocurriendo y que para ser ficción de ese tipo basta con empujar las cosas un poquito más adelante, pero no en el tiempo, sino en intensidad. Hay que subirle un poco el volumen a lo que ya está pasando.




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